martes, 10 de julio de 2012


BIO 
Sus pies descalzos a penas dejaban marcas en la arena húmeda; sin rumbo, igual que el viento de la tarde que a su paso despeinaba las palmeras que bordean la costa. El sol moría del otro lado del mar y al sonido del oleaje lo opacaba la música y el barullo de la gente que deambulaba en su festividad. Para ella no había nadie más, solo este espíritu sin nombre al que  llamó Camila.

Me alimentó con el viejo libro de poemas de la abuela, las rimas de Bécquer y el dolor de Alfonsina y en
 mis tiernos años fui el cuento de una niña solitaria, viví en un libro azul, azul de mar, infinito e imponente, azul de sueños, tan azul como la noche desbordada de estrellas, tan azul como el cielo al amanecer, tan azul como el azul y sus matices. Después fui la adolescente que soñaba recorrer distancias sobre una yegua blanca, y entre los árboles, las dunas y  la arena de la playa cabalgaba el pensamiento mientras el autobús ganaba distancia en la carretera. Antón, es mi apellido.

La realidad era otra, vivía en la ciudad, entre páginas de diarios y cuentos, aunque de cuando en cuando volvía al mar. Y fue ahí, junto al mar, en donde comprendí.


Yo soy el viento y las estrellas, soy la caricia y el silencio, soy el verbo conjugado que alimenta el verso, intocable soy y muero en el aroma de la rosa. En la lluvia me reconstruyo, ave fénix, más de la humedad de mis cenizas me vuelvo árbol y soy la hoja que arrastra el temporal,  el nido y el ave que remonta el vuelo. Soy la pasión que se desborda en el beso,  soy vacío y recorro el universo de la nada al infinito. 


Soy sin tiempo, sin edad, sin género, sin procedencia ni destino, basta y libre como basto y libre el pensamiento es.


Camila Antón