Apenas llegue a la oficina, la mañana nublada y
fría se tornó lluviosa, junto al teléfono sobre mi escritorio esperaba el
itinerario del día que vi de reojo. Con el ánimo disminuido, quizá porque se me
antojaba mas estar en casa, me dirigí a la mesa de servicio acompañada del
ruidito que provoca la lluvia al caer, en tanto pensaba que para un buen
comienzo no hay nada mejor que un buen café. Tomé mi taza negra de siempre y
serví agua caliente, puse una cucharada de café, una de crema y para hacerlo
especial porque el día lo ameritaba, agregue un poco de jarabe de almendras
mientras revolvía el liquido con la cuchara. El aroma exquisito me invito a
disfrutarlo, la sensación de calor al poner la taza entre mis manos fue como
una caricia que se prolongo con ese sorbo de agradable sabor, que al deslizarse
en la garganta reanimó mi cuerpo entero como si fuera un cálido abrazo. Apapachado
el ánimo y sin soltar la taza, volví a mi escritorio desde donde pude ver la
lluvia resbalando en la ventana.