jueves, 11 de mayo de 2017

Otoño, un día.

El jardín tiene retoños florecidos abonados con palabras dulces y paciente espera,
las piedras del río dibujan círculos a los pies de los tronquillos encalados,
frondosos árboles dan sombra a sus huellas.

Al otro lado, el fuego consume las memorias que quedaron archivadas en su alcoba. El reloj de la pared es un timón, la casa un barco a la deriva.

Otoño, un día.

Hoy el alba se vistió de otra manera.
Se han detenido sus pasos, su risa está guardada en su equipaje,
ojos niños que se pierden en la incógnita.

Entre el humo de cigarro,
mal peinada deambula la certeza enfundada en bata blanca,
su voz es un trueno que confunde, su palabra es la llaga que traspasa,
siete motivos pintan de gris el horizonte.

Llueve, tiembla y pasa.
Acaba el temporal y todo acaba.
La vida tiene fecha de caducidad.
Pero no habrá sabanas blancas, ni pasillos solitarios,
ni mangueras que alimenten falsedad.

El día tiene sus extraños enredijos
hoy mamá vuelve a ser niña y la niña que ha crecido de su mano
es la madre que le ama y que le cuida igual que aquello de jugar a la casita.

Caricias detenidas en el tiempo, su risa, su voz, su rostro inexpresivo,
hay en sus ojos un dolor.

La frente que reposa en su frente le reza un padre nuestro
le finge la sonrisa y le canta y le cuenta tonterías,
le peina y le perfuma y a escondidas se muerde y se retuerce con sus lágrimas.

Corre el viento en la calle solitaria
entre hojas muertas que tapizan la impotencia.

Un día de verano ella dijo
–No quiero una tumba olvidada con flores marchitas,
quiero el sol y las estrellas y el arrullo de las olas.

Sus ojos muy abiertos buscan,
en sus labios una mueca se parece a una sonrisa,
es mi pecho el que ha dejado de latir.

Ella danza en el azul inmenso
alas al viento, vuela y danza por la eternidad,
yo tengo una caracola para escuchar su silencio
que se ha mezclado con el rumor del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario